FLOR DE VIENTO Cuento escrito por Allan Coronel SalazarPublicado en el libro “Un poco para no morir”. Escrito entre México y Ecuador, octubre y noviembre de 2019.
- Ada Palacios
- 21 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Flor de viento” es un relato cargado de poesía y profundidad emocional, donde la voz narrativa reflexiona sobre el dolor, la empatía y las conexiones invisibles que se tejen entre las personas. A través de una prosa delicada y a la vez cruda, Allan Coronel Salazar nos invita a recorrer los pensamientos y vivencias de un personaje que observa y recuerda, encontrando en otra mujer –a quien llama ‘Flor de viento’– un reflejo de su propia existencia. Este cuento, escrito entre México y Ecuador en octubre y noviembre de 2019, muestra la sensibilidad con la que el autor solía abordar temas como la fragilidad humana, las heridas del pasado, y la búsqueda de redención y comprensión en medio del caos y la indiferencia del mundo.
FLOR DE VIENTO
Y bajas por la calle como también quisiera bajar yo: en el aire casi, flotando al igual que tu pelo, que vuela como si fuera capa, sin topar con tus sandalias el pavimento, ondeando el vestido de flores, mientras te mueves rauda; feliz de ser incorpórea, fugaz y leve, y llegas y sonríes y das los buenos días, y me dejas una manzana y un pan con miel y unas palabras cálidas de saludo y despedida, y yo me quedo pensando en ti, Flor de viento, así te llamo en mis adentros, pues nunca te he dicho una palabra. Y me quedo pensando que yo también fui soplo, que yo también bajé por estas calles más como libélula que como mujer y quizá, no lo recuerdo, le di a una mendiga pan con queso y mis palabras dulces y ella se quedó pensando en mí y tal vez me llamó Flor de viento y me fui y la olvidé apenas al doblar la esquina y ella posiblemente empezó a escribirme en la cabeza una carta que empezaba diciendo y bajas por la calle como también quisiera bajar yo…
Recuerdo la primera vez que asomaste por esta esquina y no venías sola, venías con una bandada de cuervos y no eras todavía Flor de viento y no me diste pan con miel, ni dijiste cosas tiernas; te sumaste a sus graznidos y me llamaron borracha vaga, drogadicta, puta de limosneros, loca y yo reí y las espanté, reí como con altavoz, con la misma risa que ustedes y yo aprendimos en las películas de brujas, reí porque les tuve miedo y no encontré como ahuyentarlas; me hubiese gustado gritarles que no fui más borracha, ni más puta, ni más drogadicta, que cuando las vi, días antes, en ese carro inmenso con sus novios y que no hicieron nada menos que lo que yo hice cuando era como ustedes.
¿Sabes? Después supe que no eras como ellas, cuando estabas sin ellas: lo supe cuando caminabas sola y a veces me veías sin odio y sin juzgarme; alguna vez hasta me sonreíste y otras tantas te vi llorar sin lágrimas, sin mirar a nadie, solita, más bien contigo mismo, con tiempo para recordar algo quizá tan grave como yo misma cuando recordada la piel hirsuta del tío Pablo escosándome el cuello y esa dureza cada vez más dura entre sus piernas atravesándome las bragas y supe entonces que éramos gemelas de distintos padres y edades diferentes. Creo que también lo viste porque poco a poco hubo dulzura en tus ojos y empezaste a saludarme, a traerme fruta, a aplaudir los chillidos tristes que produzco con la armónica y a dejarme unos centavos en mi gorrito virado sobre la acera.
Me aterroriza imaginar o presentir que, como a mí, a ti también llegaron luego otros tíos Pablos que no eran tíos ni se llamaban Pablo, pero igual escosaban la piel y atravesaban bragas y se iban dejándonos el cuerpo y el alma rotos y que luego creímos que nuestro destino era sentirnos sucias y los buscábamos nosotras mismas para percibirnos perforadas y hambrientas, soñando que algo de amor se derramaría de su odio y nos lavaría de una vez por todas, pero mientras más lo intentábamos menos amor y mayor suciedad nos envolvía; a veces veo en tus ojos el mismo dolor y rabia que veía en los míos al enfrentarme a los espejos de mi casa hasta que dejé de tener espejos y casa y desayuno y aula y sueños y vine aquí, a esta esquina rodeada de árboles y mierda de perro, para no ser visible, para evitar a cuanto Pablo se nos cruce y a apestar para que no les roce, siquiera, el deseo de escosarnos.
Hoy pasaste como yo pasé hace trece años entre los árboles del parque con los huesos rotos, con espinas nacidas de tus coyunturas para hacerte un esqueleto nuevo que tan solo impida que los músculos se te derramen como mantequilla al sol; hoy supe con certeza que caminas mis senderos, Flor de viento, que te andan tirando hachazos desde siempre, que no son solo los Pablos, sino que la gente que te quiere, te quiere sin angustias, sin espasmos, sin contradicciones, sin fracciones, rectita y firme como marco de puerta, o redondita y firme, como piedra de molino, sin fisuras, lista para ser adulta, para buscar un buen marido, uno que se afeite al menos, que te vacíe de sueños y que te llene la panza con carne de matadero que habrás de parir para que vaya a la escuela y al cole y a la U para hacerse marco de puerta o piedra de molino o escozor que perfore bragas o ser la braga misma y seguir llenando el cosmos de espirales de humo y mierda.
Sé que no tengo que decírtelo, pero no estoy aquí por ninguna de las razones por la cuales la gente creo que estoy acá: no tengo visiones, no oigo voces que no existen, no me creo María Antonieta con cabeza o sin cabeza; ni siquiera bebo, ni me inyecto, ni inhalo nada que no sea el vapor de las gotas que duermen sobre el césped y se evaporan cuando el primer sol las besa; estoy aquí porque dejé de querer rozarme con la gente que me rasga la piel, porque me di cuenta que mis palabras son gemas que se vuelven estiércol cuando ingresan en otros oídos y dejé de hablar, pero te veo, Flor de viento, y espero desde hace días que bajes por esa calle con tu manzana y tu pan con miel y con tus palabras dulces y tomarte de la mano y hablar por fin para contarte que aquí también es triste y frío y solo y quizá hasta deje de apestar y vuelva a ser visible y abandone esta esquina rodeada de árboles y mierda de perro o si es tarde y no tienes regreso, Flor de viento, entonar juntas chillidos tristes a doble armónica y poner juntas nuestros gorritos virados sobre la acera esperando el día en que seamos lágrimas sobre el césped y nos evaporemos cuando el primer sol, nuestro último sol, al fin nos bese.
México-Ecuador, octubre y noviembre de 2019

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