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“Depredadores” — Un relato de Allan Coronel Salazar

  • Foto del escritor: Ada Palacios
    Ada Palacios
  • 6 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

Depredadores,” un cuento incluido en Vengerobátinos y otras ficciones, de Allan Coronel Salazar, nos sitúa en un escenario apocalíptico donde la humanidad enfrenta una invasión extraterrestre de proporciones devastadoras. Lo que inicialmente se percibe como simples rumores sobre luces en el cielo y especulaciones acerca de seres de otros mundos, rápidamente se transforma en una realidad aterradora: una civilización tecnológicamente superior ha llegado para despojar a la humanidad de sus recursos y, en última instancia, de su existencia.


El relato sigue a un protagonista que, tras haber rechazado las teorías sobre la posible existencia de extraterrestres, se encuentra ahora refugiado en una cueva, enfrentando la cruel certeza de una invasión que ya ha reducido a gran parte de la humanidad a la esclavitud o la extinción. Coronel Salazar no solo construye un relato de ciencia ficción lleno de tensión y desesperanza, sino que también plantea una crítica incisiva sobre la explotación desenfrenada de los recursos naturales, la avaricia desmedida y las consecuencias de la indiferencia humana ante la degradación del medio ambiente.


Este cuento, inquietante y profundamente pertinente, forma parte de Vengerobátinos y otras ficciones, publicado en 2024 por la Editorial Fundación Cultural Edgar Palacios. Una obra imprescindible para reflexionar sobre nuestro presente desde la óptica de la ficción especulativa.



DEPREDADORES


Siempre fui un incrédulo, trataba de buscar una explicación racional a las luces en el cielo: refracción sobre las nubes, diferencias de temperatura y densidad en las distintas capas del aire, lo que fuese; lo mismo con las formas, objetos y figuras que de pronto aparecían en el firmamento o las señales de radio, demasiado regulares, modulares y periódicas.


Cuando supimos que existían y que habían venido, nos preparamos para recibirlos con beneplácito. Muchos de aquellos que venían anunciándolos, recibieron méritos y reconocimiento, cuando antes fueron ridiculizados. La mayoría sostuvo que sus intenciones eran amigables, habida cuenta de los grabados pétreos donde se los veía obsequiosos y colaboradores (antes los incrédulos dábamos explicaciones racionales a esas figuras antiguas y nos burlábamos de quienes sostenían que eran seres de las estrellas más distantes); también reflexionaban que con una tecnología tan avanzada como para visitarnos, si hubiesen tenido intenciones hostiles, ya nos habrían atacado hace tiempo.


Así que nos sorprendieron en la mayor indefensión, lo cual, de todos modos, es irrelevante: su fuerza, número y tecnología son demasiado superiores a las nuestras, de tal modo que, de estar preparados en términos guerreros, solo hubiésemos prolongado la agonía, quizá con alguna victoria aislada y pírrica.


Los científicos anteriores al desembarco, pero que tomaban en serio la posibilidad de su existencia, nos habían tranquilizado con que nuestras enfermedades, desconocidas para ellos, los diezmarían al poco tiempo de habernos invadido. Ahora entendemos que la larga espera fue para aclimatarse y adaptarse biológicamente. Así que no, no tenemos escapatoria.


La mayoría de los nuestros han sido exterminados o esclavizados para entregarles a ellos, los ladrones e invasores, no únicamente nuestras riquezas, sino también nuestro trabajo. Se están llevando no solo los bosques, los minerales y los alimentos que se adaptan a su dieta, sino hasta el agua. Pronto seremos un planeta árido y muerto.


Unos cuantos estamos en esta caverna, escondida en una de las montañas más lejanas e inhóspitas; sabemos, sin embargo, que pronto la descubrirán. No sé para quién escribo esto: ninguno de los nuestros sobrevivirá. Quizá tengo la esperanza vana de que alguien de su propia especie lo lea e interprete y se convierta en la voz que denuncie nuestro sacrificio. Qué ingenuidad la mía, es evidente que siempre han vivido del robo, del despojo, de la muerte.


Los oigo ya, percibo su pestilencia; pronto veré su repugnante cuerpo bípedo, sus ridículas extremidades superiores, sus dos ojos diminutos y viles, y ese agujero voraz, que les sirve tanto para comunicarse rudimentariamente (mintiendo siempre), como para engullir y acabar con todo, a su paso por nuestro antes floreciente planeta de tres lunas.



 
 
 

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Allan Coronel Salazar

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